martes, 2 de diciembre de 2014

La Raya de Extremadura

Damas y nobles señores, campesinas y pastores, dragones e historias que han forjado un grueso libro de leyendas que se han tejido de boca en boca, de esquina en esquina, han configurado un carácter. La línea divisoria entre la frontera portuguesa, a la altura de Extremadura, es un recorrido tan extenso como rico y fascinante.

Ese carácter fronterizo, con similitud no sólo natural, sino también cultural y social, se vive en la Raya que, en Extremadura, comienza al norte, en la Sierra de Gata, y finaliza en Valencia de Mombuey o Valencita, como gustan de llamarla en la zona. En esta línea entre ambos países, a uno y otro lado se dejan ver imponentes fortalezas y estilos arquitectónicos dispares que van desde el granito al ladrillo, pasando por la pizarra, el adobe y la caliza. Casi trescientos kilómetros de frontera donde la naturaleza se muestra en forma de verdes serranías, dehesas repletas de encinares y llanuras de pastos, destacando la riqueza de la sierra de San Pedro, en Badajoz, y la Sierra de Gata, en Cáceres.

No hay más que darse un pequeño paseo por ambos lados de La Raya de Extremadura para comprobar que, desde la prehistoria, esta zona ha tenido siempre una historia común. Dólmenes y pinturas rupestres así lo atestiguan. De hecho, el conjunto megalítico existente por estos lares es uno de los más importantes de Europa. Y por supuesto, no hay que perderse el fabuloso conjunto de Valencia de Alcántara. Pero si la prehistoria comenzó a unir a las gentes de estos pagos, la llegada de los romanos las hizo vivir bajo la misma provincia, de nombre Lusitania. Y también caminaron juntos de la mano de los árabes, como muestra el rico legado agareno que aún puede apreciarse.

Fueron los reinos de Castilla y León y el nacimiento del reino de Portugal los culpables de las luchas que se sucedieron constantemente para conquistar, reconquistar, arrebatar o mantener territorios. Una pugna que finalizó en el siglo XIX, con la denominada Guerra de las Naranjas. Diversos fueron los acuerdos que se firmaron, dejando las posesiones tal y como se conocen hoy día.

Hacia la capital del corcho


Pasado Valencia de Mombuey y habiendo tomado aliento en la singular plaza de Villanueva del Fresno, contemplando la inmaculada iglesia dedicada a la Concepción, el camino se dirige hacia el castillo de Coluche, curioso nombre que toma en la zona la fortaleza de Miraflores, a cuyos pies se alza Alconchel, bañada por las aguas del río Táliga, que da nombre a otra población cercana. Aquí, en esta localidad que perteneció a Portugal hasta 1801, todavía se respira el influjo lusitano. Encinares y alcornocales permiten, en Táliga, pastar a sus anchas a toros de lidia y cerdos ibéricos.

Siguiendo el trayecto, la señorial Olivenza se deja ver. Y, además de la monumentalidad de la iglesia de la Magdalena y de sus murallas defensivas, es necesario detenerse para contemplar el palacio de los Duques de Cadaval, actual ayuntamiento. Y la Panadería del Rey que, junto con el castillo, albergan el Museo Etnográfico González Santana, uno de los mejores de España, con más de siete mil piezas donadas por Francisco González Santana, vecinos de la localidad y depósitos cedidos temporalmente. Todo un libro de costumbres que recuerda cómo vivían los antiguos moradores de estas tierras de alternancia portuguesa y española. A pesar de su ruina, a diez kilómetros de Olivenza, se encuentra el puente de Ajuda, que unió durante mucho tiempo las orillas del Guadiana.

Hasta la llegada a Badajoz, bastión y nexo de unión constante con tierras portuguesas, el viajero se verá sorprendido por singulares localidades rodeadas de parajes naturales de gran belleza. Una vez en la ciudad fundada por Ibn Marwan en el año 875, el ambiente a carnaval se respira por todos lados. Los últimos preparativos para celebrar la que, seguramente, es la fiesta más importante de la ciudad, se dejan sentir. Pero entre ese trajinar constante que se presume en la urbe, el alto en el camino en su alcazaba, en la Puerta de Palmas, imagen identificativa de la ciudad desde hace siglos y en la torre de Espantaperros es obligatorio. Al igual que la visita al Museo Extremeño e Iberoamericano de Arte Contemporáneo.

El paisaje se torna en dirección a Alburquerque, en las estribaciones de la Sierra de San Pedro. El de Luna es, seguramente, uno de los castillos mejor conservado de Extremadura.

Pero no sólo la fortaleza, vigía de toda la población, es atractiva en la localidad. La denominada villa adentro, nombre con el que se conoce el barrio gótico, merece un tranquilo paseo. Como también lo merece La Codosera, con su fortaleza levantada en la parte superior del casco urbano, y San Vicente de Alcántara, plagada de encinas y alcornocales. Su dedicación a la corteza del alcornoque le ha valido el título de capital del corcho, aunque ése no es el único atractivo. Aquí se pueden realizar diversas rutas para conocer los veinte dólmenes que existen en los alrededores, al igual que el castillo de Piedrabuena, sede de la Orden de Alcántara en otros tiempos.

Sin embargo, acaso sea Valencia de Alcántara quien se haya ganado una merecida fama por su conjunto megalítico. Tampoco hay que olvidar que, en su iglesia, se desposó la hija de los Reyes Católicos con el rey portugués Manuel el Afortunado.

Un trazado de Raya a Raya

Las rutas de la Cal, de las Catedrales y Grandes Iglesias, de los Orígenes, Patrimonio de la Humanidad, de los Castillos y de los Descubridores son los itinerarios que propone el Gabinete de Iniciativas Transfronterizas para conocer tanto Extremadura como el Alentejo.

Una de cal

Pueblos blancos, inmaculados y cargados de historia se desparraman por la provincia de Badajoz, en España, y por multitud de aldeas que rodean a las lusitanas Evora, Moura y Estremoz. Es una ruta larga que no se puede realizar en un fin de semana. Pero con tiempo y ganas no hay que dejar de visitar la señorial Zafra, especialmente las plazas Chica y Grande; las importantes muestras de mudéjar, gótico y barroco que se unen, de forma particular, en Azuaga; las casas encaladas de Villafranca de los Barros, Llerena o Los Santos de Maimona; la nobleza y blancura de Fregenal de la Sierra o el encanto de las calles de Jerez de los Caballeros, donde el ambiente popular extremeño se funde con la arquitectura serrana andaluza. Flores multicolores se desprenden por iluminadas paredes y enrejados singulares.

El blanco también se deja ver en el Alentejo. Estremoz, tan sólo una pequeña muestra, presume de sus humildes casas, al igual que de algunos edificios señoriales, lo que confirma la presencia de reyes y ejércitos en otros tiempos. Dicen que Serpa, Barrancos y Moura son las localidades que mayor semejanza muestran con España. En cualquier caso, no hay que marcharse sin visitar a los numerosos artesanos que el viajero se irá encontrando a lo largo de esta extensa ruta.

Joyas religiosas.

El monasterio de Guadalupe, la iglesia de San Martín, en Trujillo, la peculiar catedral de Plasencia, el conventual de San Benito y la iglesia de Nuestra Señora de Almocóvar, en Alcántara; la iglesia de Santa María la Mayor, en Brozas; la concatedral de Santa María y la iglesia de Santiago, en Cáceres, forman parte de esta ruta de joyas de la arquitectura religiosa que termina, en su vertiente española, con la iglesia de Nuestra Señora de Rocamador, en Valencia de Alcántara. Muy cercana a la población española, se encuentra la lusitana Castelo de Vide con numerosas capillas e iglesias y comienzo de la ruta en tierras portuguesas. La sé de Portalegre y el convento de San Bernardo; la iglesia de los Afligidos, en Elvas; los conventos y las iglesias de Vila Viçosa, Estremoz, Beja, Elvas, Serpa, Mértola y Castro Verde completan el itinerario.

Entre los numerosos yacimientos que se pueden encontrar entre Extremadura y Portugal, concretamente en la zona del Alentejo, hay que destacar, en tierras lusas, los conjuntos megalíticos de Monsaraz y Castelo de Vide; el castro de Segóvia, en Campo Maior, y el dolmen adaptado a capilla, en San Brissos, sin contar con los numerosos vestigios romanos de Evora, Mértola, Monforte o Beja. La versión española permite contemplar el conjunto de dólmenes de Valencia de Alcántara o las pinturas rupestres de Monfragüe. Los romanos dejaron tras de si una huella imborrable en Mérida, la antigua Emerita Augusta, en Alcántara, con su puente, una de las mayores obras de ingeniería de la historia, o en las murallas de Cáceres.

En busca del patrimonio mundial, tanto Extremadura como el Alentejo gozan de importantes ciudades y monumentos declarados Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO. Una buena muestra de la riqueza de estas tierras, salvajes y sanas, que despiden belleza por los cuatro costados. La visita a Guadalupe, Evora, Mérida y Cáceres es suficiente para conocer de la calidad tanto humana como monumental y natural de estos pagos.

De almenas, torres, y leyendas.- fortalezas y castillos que se presentan ante el visitante con solera. Destaca la fortaleza redonda de Arraiolos y las de Evoramonte, Beja y Estremoz. En España, los de Alburquerque, Medellín o Coria merecen una visita.

Tierras de conquistadores.

Portugueses y españoles se lanzaron a la aventura en busca de nuevos mundos. A su regreso, la riqueza que trajeron consigo se dejó ver en la arquitectura y en la forma de vida. Alvito, Beja, Jerez de los Caballeros, Brozas, Barcarrota, Llerena o Trujillo son algunas muestras.

Fuente: http://www.revistaiberica.com/la-raya-de-extremadura-badajoz/

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